Reconstrucción histórica

 

Tesoro de libros

Prólogo

Libro: del latín liber, libri.

Conjunto de hojas manuscritas o impresas, cosidas o encuadernadas juntas y que forman un volumen ordenado para la lectura…donde se anotan datos, informes…para que consten permanentemente.

Tesoro: del latín thesaurus.

Cantidad de dinero, joyas, valores u objetos preciosos, reunida y guardada…abundancia de caudal guardado…depósito oculto e ignorado…cosa digna de estimación, de mucho valor…

El entrelazamiento que propone el título, este estar vinculados tesoro y libro, remite no sólo al valor de la colección que guarda la Biblioteca Central del Poder Judicial sino también al precioso significado de la palabra (en este caso la palabra escrita), cifra fundamental de lo humano.

Como recogió desde antiguo la filosofía, la esencia de las cosas es estar: la de los vivientes, animales y plantas, vivir; la del hombre, encontrarse con los demás: Por eso el lenguaje resulta su morada, su lugar, su territorio.

Profundo y difícil, ciertamente. Con riquezas para comunicar lo comunicable y al mismo tiempo con pobrezas para decir lo indecible. Pero más allá de él apenas se intuye el impreciso y temeroso espacio del silencio.

(La experiencia de la propia finitud es en el fondo la experiencia de ese horizonte al que sólo los momentos del encuentro desbaratan).

Lo que está en la voz es signo de las pasiones del alma. Lo que está escrito es signo de lo que está en la voz, advertía Aristóteles en un texto que a lo largo de los siglos ha suscitado reflexiones profundas.

Esa relación entre el pensamiento, la voz y la palabra hablada (la leída es la voz que se suspende en el lenguaje) propone cuestiones todavía no resueltas.

En ellas acaso esté encerrado el misterio del hombre.

Escritos que se guardan y atesoran, y se muestran, que devienen después en frases nuevas. Elipsis que cierran momentos del discurso, adiciones que lo abren y renuevan. Cuántas esperanzas y búsquedas, cuántos aciertos y fracasos.

¿Qué sentía aquél que lo escribió, qué esperaba de quien luego lo leyese? ¿Qué encuentro o desencuentro trajo la inaudible voz retraída en cada letra?

Los libros que conforman este tesoro son en su mayoría libros de derecho.

Recogen esa delicada tarea con la que el hombre ha tratado en el tiempo, de restaurar los diálogos quebrados con criterios que dimanan del paradigma de respeto, desde el ius suum cuique tribuendi que propone la justicia.

Presentan los dos materiales con los que históricamente se ha manifestado lo jurídico: la ley como criterio general y abstracto, el juicio judicial que por ella se deriva (juicio vinculado a la ley, que la especifica, aplica y sin embargo significa su transformación cualitativa).

A veces se trata sólo de recopilaciones. O de resúmenes y comentarios. Otras veces, ese discurrir entre sentencias, leyes y principios que ha conformado secularmente lo que se conoce como ciencia del derecho.

Por eso mismo, estos libros duplican el misterio que encierra la palabra: renuevan la memoria de la inexhausta esperanza del derecho y el hombre.

Muchos de ellos son antiguos (en los breves términos con que la antigüedad se cuenta en una nación todavía joven), de autores patrios o extranjeros, escritos o publicados en las épocas complejas de la conformación histórica de la nacionalidad.

Por razones estrictamente metodológicas, el material que se presenta ha sido reunido en tres secciones que comprenden los períodos hispano, patrio y constitucional.

Pero por encima de la facticidad que de ese modo se revela, es notable advertir en todos ellos ese ligamen invariable con lo antiguo, esa correspondencia que permite reconocer en el derecho la unidad que lo distingue como un proyecto permanente en la historia de la cultura.

Cada libro es el fragmento de un gesto de lo humano y aun en su sustancial pertenencia a una autoría personal, se prologa más allá de sí mismo, hacia un proyecto del que forma parte: vivir el acontecimiento de lo jurídico como orden de respeto y paz.

Según uno de los relatos bíblicos más estremecedores, la obra de la torre de Babel concluyó abruptamente, cuando cada uno de los grupos de sus constructores recibió una lengua incomprensible para los otros.

Desde allí vivió el hombre la tensión trágica que significa la necesidad de encontrarse y el mutuo desencuentro.

Hubo intentos lingüísticos, artísticos, literarios por reunir otra vez lo disperso, por resumir la vigencia de un lenguaje unitivo que se había perdido.

Pero el derecho ha sido posiblemente, dentro de las creaciones humanas, el esfuerzo más vasto por remediar esa tragedia, el proyecto más fiel a esa idea de diálogo.

Este tesoro que hoy abrimos en forma de catálogo es sólo algo de ese esfuerzo.

Mínimo, limitado, breve. Aun así valioso.

Memoria viva de tiempos que se fueron y aún perduran, en ellos se encuentra la palabra, escrita como proponía San Agustín cum amore notitia, unión del conocimiento y el amor, experiencia amorosa de la voluntad del saber.

La verdad se va mostrando de a poco. Hoy es más difícil que antes sintetizar tantas ramas del saber. Se va desdibujando la imagen de un conocimiento total.

Los problemas del hombre, sus tentativas por conocerse mejor a sí mismo y al mundo y llevar a la plenitud su desarrollo cultural, se fragmentan.

Pareciera como nunca indispensable recuperar el sentido universal de lo humano.

Desde el relato mítico de Babel, el derecho, al reivindicar como valor último la dignidad de la persona, acaso pueda servir en la tarea de confrontar su desafío.

Y entonces ya no se podrá descuidar la pregunta por el sentido final de la palabra del hombre, por el tesoro que los libros atesoran.

 

Héctor Negri
Ministro Decano