Homenaje a Emilio Víctor Pineda
(11 de marzo de 1927 / 19 de marzo de 2012)

Emilio Víctor Pineda, poeta entrañable de Banfield, fue dueño de un mundo en el que convivían en extraña urdimbre, recuerdos y sueños.

Mezcló alegrías y tristezas, esperanzas y desesperanzas, amores encontrados y amores perdidos. Y flores. Flores que morían y renacían con distintos colores y perfumes.

Misterios que indican que más allá de los signos visibles, algo trascendente se insinúa en las múltiples formas de la vida.

Ese inmenso mundo suyo que a veces dominaba y en otras se sumergía como en un letargo dulce y asombrado, vibró y seguirá vibrando en toda su obra.

Sonetos impecables: elegías, tangos, recuerdos infantiles. Estructuras de rimas y de acentos. Un material de música y de luz, engarzado en la notable construcción de cada poema. Pineda fue un delicado orfebre de la palabra.

Aguas profundas, pájaros que vuelan y no vuelven, pinos silenciosos. Caminos que se recorren donde ya no hay distancia alguna por recorrer.

El derrumbe que la sonrisa de la mujer desvanece. EL Angel que ilumina a los niños con su fuego inaferrable. La plegaria por los hijos y los nietos, para que sus pasos no se confundan por extraviados senderos.

El amor vale en poesía cuando, desde la historia personal que lo construye, trasciende y resume su universalidad esencial.

Emilio Víctor Pineda, desde el dolor por el tiempo que se va o por ese jardín sin Hebe a quien las flores lloran, universalizó cada momento suyo, lo convirtió en una presencia total de sugestión y dulzura.

Vaya a modo de despedida este homenaje a quien supo reabrir, como poeta, el momento inicial de la creación, cuando en el principio era el Verbo y desde él todo: personas y cosas.


Héctor Negri

 

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