La casa de piedra
Testimonio vivo de la historia de Banfield

¿Quién podría no conocerla? ¿Quién no se detuvo alguna vez en su vereda para contemplar en los árboles altos los pájaros que allí anidan? ¿Quién no se quedó alguna vez admirando, en sus gráciles formas, los dinteles de madera oscura que ciñen sus ventanas, la colosal belleza de su portón de madera, los negros herrajes, el pasador, las escalinatas, el arco de su entrada?

La llaman, la llamamos todos, la casa de piedra. Y del mismo modo que mencionarla es mencionar a nuestra ciudad, encontrarla es encontrarse con una inefable identidad histórica, cultural, humana: es llegar al corazón de ese Banfield hermoso, vecinal y apacible; el de los suaves atardeceres de otoño y el de las radiantes mañanas de la primavera.

Ese Banfield de casas, de veredas, de tejados, de vecinos que se conocen y saludan, ese Banfield lleno de paz y de poesía, que, como un oasis, respira todavía la suavidad y el calor de la amistad de los buenos tiempos.

Está allí nomás, a metros de la vía, en la esquina en la que Vieytes se junta con la calle Alem.

Emerge en ese lugar, bordeada por antiguos pinos y una enhiesta palmera, mostrando orgullosa su luminoso porte, invitando a la evocación y a la nostalgia. Porque es una casa llena de historia. Por eso mismo bajo los sólidos muros de su construcción es como si estuvieran presentes todavía los ecos de un fragmento de vida que no sólo es de Banfield sino de la provincia toda.

En esa casa vivió durante muchísimos años el escribano José Ibáñez. Hombre de letras, periodista, político de extraordinaria cultura, dueño de una de las bibliotecas más importantes del país por la riqueza de sus libros y de sus colecciones.

Allí se reunían hombres y mujeres que contribuyeron a formar nuestra provincia. Escritores, artistas, dirigentes, políticos, universitarios.

Entre 1945 y 1876 la casa de piedra fue el escenario de ideas y opiniones, de debates y proyectos. Y en el recinto de sus amplios y sobrios salones, decorados en el más puro estilo español, se labró parte de una historia cargada de esperanzas y de sueños (también de dolores y de frustraciones) con las personalidades más destacadas de la cultura, del pensamiento político y del arte.

Radicales, peronistas, socialistas, conservadores. Hombres de ideas diferentes, enfrentados a veces en luchas partidarias, pero afines en las ideas de un país mejor y de una provincia más rica y próspera.

Y en medio de los jardines que la rodean, diseñados por un paisajista europeo que quiso recrear allí un espacio de sus tierras del viejo continente, entre muros de piedra de Mar del Plata, de la cantera ya extinguida de don Patricio Peralta Ramos, se pensaron y discutieron problemas y soluciones, proyectos políticos, sociales, económicos y no sólo eso. Estudiantes universitarios venían a buscar en uno de sus tantos libros la sabiduría que anhelaban; y hasta el mismo coro de la Escuela Normal Nacional, a cargo de la señora de Bacigalupo, se formó y ensayó allí. Es que la casa tenía las puertas siempre abiertas para la esperanza que desde la ciencia y el arte querían florecer.

Así la casa, así su historia. Todos los vecinos la sabemos.

Hace unos días, sin embargo, manos ¿desaprensivas?, ¿ignorantes? ¿impiadosas?, presentaron en la Municipalidad un plano para su demolición.

Si se aprueba, en pocos días más este venerable recuerdo de la identidad de Banfield habrá caído bajo la piqueta. Rodarán, como en aquel tristísimo poema de Quasimodo, los árboles y los muros, y algún extravagante adefesio ocupará seguramente su lugar, acaso en nombre de un progreso que pareciera sólo poder expresarse a partir de la demolición de la identidad, de la destrucción de la memoria.

¿Morirá la vieja casa de piedra?

Los vecinos han pedido a la Municipalidad que esto no suceda, que se la declare monumento histórico. Que se la preserve como testimonio vivo de un Banfield de siempre.

¿Alguien escuchará su clamor?

Quienes a partir de las últimas elecciones ocupan los más altos puestos en la intendencia local ¿oirán el pedido? ¿u olvidarán el sentido de un voto popular que los ungió para que ayuden a preservar las riquezas espirituales y materiales de la ciudad?
Si un desventurado día la piqueta cae sobre esta reliquia ¿Qué les dirá su conciencia? ¿Qué les dirá la conciencia del pueblo?

Banfield es un tesoro, todavía, de lugares hermosos, de una ciudad a la que el mal llamado progreso viene golpeando arteramente en los últimos tiempos. ¡No lo sigan rompiendo!

La casa de piedra de un Banfield al que están matando, pero que no quiere morir, que quiere preservar su identidad, su cultura, sus valores y el recuerdo de aquellos hombres grandiosos que en él habitaron. ¡Por favor no lo lastimen más!

Ojalá algún oído sensible, alguna mente lúcida, comprenda este clamor y la casa de piedra pueda seguir irguiéndose orgullosa, como insustituible testimonio de un Banfield donde lo antiguo y lo nuevo, la historia y el presente puedan convivir.

La casa de piedra: Que no muera. Que se salve. No la destruyan, por favor.

 

Héctor Negri
Para “El Puente del Sur, Banfield, abril de 2001.

 

Nota del editor: la casa fue demolida al año siguiente. Hoy se levanta en su lugar un edificio de varios pisos. 

 

 

Casa de piedra

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