Banfield y sus transformaciones

Tan difícil es conciliar y a la vez tan necesario, la permanente mutación de las cosas con la inmutabilidad del ser.

Todo fluye, decía Heráclito, el filósofo griego. No podemos nunca navegar sobre las mismas aguas del mismo río, afirmaba.

Y en la melancolía de estas palabras crecía la congoja de contradicciones últimas: porque mientras por un lado el hombre asiste a un devenir y a un transformar constante de todo aquello con lo que convive y de todo aquello que lo circunda, su alma manifiesta la permanente unidad del recuerdo y del tiempo.

Así las cosas, en esta nostálgica tarde quisiera evocar, como en un juego de espejos misterioso, la mágica sabiduría del pensador de Efeso: conjugarla con el recuerdo de mi pueblo, conturbado él también por las transformaciones que modifican su rostro, pero que no dañan sus paisajes esenciales.

Banfield ha ido cambiando cada noche  y cada  mañana. Hemos visto paredes derruirse y paredes nuevas  y más altas levantarse enhiestas. Arboles que el tiempo deshojó, y que los pájaros que circundan su distancia ya no habitan.

Flores que el tiempo ha desgarrado; plazas y bulevares que no están más; y aquellos roncos, metálicos, misteriosos molinos, que giraban las aspas hacia el sur, buscando la brisa que brotara, de las vertientes oscuras de la tierra, la claridad del agua.

Tantas cosas han ido pasando, tanto tiempo ha desguarecido los contornos rurales de su sombra: mitad pueblo, mitad ciudad; y esas calles que siguen siendo nuestras a pesar de todo, de la lluvia y del viento, de los borbollones extraños del progreso.

Tantas cosas cambiaron. Aquella época de las madrugadas, cuando el sol se levantaba por el Monte Correa, iluminando de rojo una vieja casa que guardaba (los abuelos decían) los restos de una antigua prisión.

O la cabaña de Spínola, donde correteaba un arroyo que vadeaban caballos; a la que papá nos llevaba los domingos de agosto a remontar barriletes, que ramas de eucaliptos implacables enredaban.

Tantas cosas cambiaron. Aquél tranvía viejo, cucaracha, un ómnibus plegado sobre sus ruedas metálicas, que salía del almacén de Conforti, arrogante, ruidoso, transcurriendo los cansados caminos del a azul campanilla el trébol y el romero.
 
Para llegar a la Villa Albertina, legendaria, en cuyos charcos pescábamos mojarritas que cabían la botella vacía y alcanzaban para desbordar la infantil alegría.

Tantas cosas cambiaron.

Queda todavía alguna palmera levantándose invariable sobre el espacio y el tiempo. Aquél viejo cine Maipú con su escudo de la sociedad italiana de socorros mutuos; y el club al que le falta sin embargo, aquella vieja tribuna de madera, oscilante, insegura, mecida en cada sueño y al corazón atada.

Está también aún la vieja casa con la cara de Alem: refugio de alguna vieja militancia partidaria.

Pero el asfalto de las calles es otro, y el sol refulge de manera distinta en los mediodías de verano y en las tardes de febrero.

En este abril de otoño, amarillo, en que hasta la tristeza se parece a las hojas caídas de los árboles, no sé si por influjo del Angelus que mecen las campanas, o de esta silenciosa tristeza del crepúsculo que invade cada rincón de Banfield así antiguo y moderno, de pasado y presente, viejo en las formas lejanas del recuerdo como una novia perdida en la distancia, como un amor ausente, o como la renovada lozanía que guarda la esperanza.

Quisiera traerte a la memoria del nombre; de aquellos que ya se han muerto: de niños que crecieron; del pájaro y la rama que no son.

Levantarte otra vez junto a tus arboledas destruidas, las calles empedradas: hacerte nacer en el regreso de un dulce tiempo nuevo.

Los antiguos filósofos del Efeso sabían también que cada cosa del hombre resume su eternidad.

En este desplegarse constante de lo viejo y lo nuevo, es como si vivieras renaciendo, Banfield mío.

Es como si, brotando de una semilla universal y cósmica, aquellas circunstancias misteriosas del ser que se transforma y continúa, del río que fluye en el agua y permanece, renacieran en vos, como una plegaria.

 

Héctor Negri
Especial para Esferus

 

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