Querido viejo alumno y amigo:

Pasaron algunos meses en que, como suele ocurrir en nuestra ajetreada vida, se sumaron algunos inconvenientes hoy superados que creo innecesario detallar. Pero no he olvidado la promesa que le había hecho de volver sobre su libro y escribirle algunas palabritas sobre él. La noche de Reyes fue propicia para ello; y en mis viejos zapatos vinieron a dejarme de nuevo sus recuerdos de nuestro pueblo, y los míos (que en varios aspectos se cruzan con los suyos).

Ellas no pretenden ser una crítica literaria, sino una lectura humilde, la mía, de su entrañable libro. No pienso que tenga algún valor (…). De cualquier manera, fue para mí un intenso placer escribírselas.

(…)

Cada cosa su tiempo bajo el cielo son las palabras del Eclesiastés que Héctor Negri ha tomado como título de su primer libro de cuentos. Escribir supone una revelación. Lo que el artista revela en sus palabras es, en primer lugar, lo que había dentro de sí, vivo y soterrado, todavía sin forma y esperando lograrla.

El hombre que lo ha creado es hoy, como nosotros, un ser trabajado por la vida, deslumbrado por entusiasmos momentáneos, erosionado por dolores que permanecen por debajo de la necesaria entrega cotidiana a su profesión, tenaz en la difícil tarea de sostener vigentes sus vocaciones.

En la entraña de tanta cosa que dispersa, sentimos que hay algo que, a pesar de los cambios que trae el vivir, permanece constante. Nunca podemos definirlo, precisar los límites que permitirían captar, como la foto, los rasgos de nuestro rostro, su perdurable esencia en un momento de la vida. Pero sentimos oscuramente su presencia y, para sentirlo en su raíz entrañable, partimos en un viaje alma adentro, desandando tiempo, hasta arribar a las primeras fuentes de agua clara que están en la raíz del turbio río que hoy somos.

Héctor Negri ha ido a lo hondo de su vida por las sendas del recuerdo. Recordar es “volver a pasar por el corazón”, vale decir, alimentar con nuestra sangre actual las pálidas imágenes de la memoria que vienen a nosotros reclamando otra vez el bullir emocionado de la vida. Ese recordar lo ha llevado al mundo de su infancia y adolescencia, a algún aspecto esperanzado de su juventud, o a un desgarramiento profundo del hombre adulto. Pero predomina la infancia. Y desde la entraña del hombre maduro van surgiendo, a la luz de la palabra que les dan forma objetiva, jirones de la vida pasada en el ámbito y paisaje de un Banfield que ya se ha ido “en la muerte chica de los olvidos”. (1)

Pero quien crea una obra artística no sólo descubre lo que estaba informe en su interior. Ella no es algo agregado al mundo, sino una revelación que lo amplía como una posibilidad que queda latente en la escritura, esperando la patencia de quien lo lea para descubrir no sólo al autor, sino lo que en él mismo permanecía olvidado o ignorado. Por este libro del pasado del autor vamos a vivificar nuestras propias raíces con otras o análogas vivencias. Para mí, con un Banfield de tejas rojas bajo un cielo intensamente azul, hacia donde se elevaba, en las quietas tardes de otoño, el lento incienso del humo de las hojas secas quemadas al borde de las aceras.

Nos hemos referido a lo que hay a uno y otro lado del libro: al autor y al lector. Pero ese encuentro de dos subjetividades sólo es posible a través del puente que es ese objeto no inerte que es la obra, cauce de comunicación entre dos seres y reveladora de mundo.

La palabra de Héctor Negri es la adecuada para cumplir esta función: se encuentra desnuda de artificios ornamentales. La transparencia de la prosa es siempre el resultado de un difícil trabajo ascético de despojamiento para que la vivencia rescatada en el recuerdo no sea empañada por la atracción de las galas de la forma. Además es parca en adjetivos emocionales para que el sentimiento se haga presente con su plenitud vital a través del hecho narrado. Es el acercarse al imposible ideal enunciado por Jorge Luis Borges: “Plena eficiencia y plena invisibilidad serían las dos perfecciones de cualquier estilo” (2). En cada uno de los cuentos de este libro, las cláusulas, por lo general breves, enuncian por una parte la esencia del hecho evocado; y, por otro, establece el eslabón que une lo recordado con lo profundo de la vida actual del hombre que recuerda.

“Todo tiene su momento y cada cosa su tiempo bajo el cielo” (3). Hubo el de vivir las experiencias primeras y está el de recordarlas. Héctor Negri buscó en lo hondo de lo vivido y lo objetivó en este límpido libro en donde lo vemos venir, llevando de la mano al niño y joven que fue, y acaso lo es todavía, pues, como dice San Agustín: “¿dónde habría ido a parar?” (4).

Cada vez que recorramos las páginas de esta obra con su puñado de vivientes recuerdos, saldremos al encuentro de la tierra nutricia en donde hunde sus raíces nuestra propia vida, también llevados por la mano de su autor. Y este milagro, a diferencia del narrado en su último cuento, “El faro Querandí”, sí se volverá siempre a repetir.

 

Gregorio Florencio Romero

 

1. Borges, Jorge Luis, Obra poética, Buenos Aires, P. 107. EMECE,1964
2. El idioma de los argentinos, Buenos Aires, P. 158. Gleizer, 1928.
3. Eclesiastés 3, 1-2
4. Rilke, Rainer María, Auguste Rodin, Buenos Aires, P. 14. Poseidón, 1946.