Estimado profesor


Debo decirle que he pensado mucho tiempo en cómo y cuando escribirle un mail, a modo de agradecimiento.

He descubierto en su clase, cada sábado, que también en un lugar tan dogmatizado como lo es la Facultad de Derecho, se puede dar una clase con amor y gran entrega como lo hace usted.

Ha logrado su objetivo en mi persona. Sus clases han sido motivo de charla familiar, y he llevado su pensar a diferentes lugares a los que concurro, porque los sábados no sólo voy a escuchar con la intención de aprobar de la mejor manera la materia, sino que me enriquezco como persona. Es un placer para mí escucharlo.

Y a esta altura debo confesarle algo, que por la timidez que me caracteriza, el primer día de clase no lo dije públicamente. Pero me vi agradablemente conmovida con su primera entrega de caramelos y he llorado al recibirlo. Ese acto significó inmensa ternura y amor.

Gracias por cada caramelo, por la emoción demostrada en temas muy personales e íntimos, por cada poema leído, que fueron escuchados con un inmenso disfrute y en ocasiones hasta me atreví a cerrar los ojos para oír sólo su recitar.

Yo soy madre y no hay nada en la vida que me enternezca más que ver crecer a mi pequeño, que es un milagro; ya que por problemas de salud tanto de mi marido como míos no podíamos engendrar, pero Dios nos dio el milagro de Santiago. Y quiero compartirlo con usted, ya que vi su emoción al leer el poema maternidad, también emocionante para mí porque en la búsqueda de mi sol he perdido un embarazo de poca gestación y a un sobrino también en las mismas condiciones. Vuelvo a repetir: Dios nos recompensó inmensamente con mi chiquitín.

No es un mail de dudas sobre la materia, sino de agradecimiento a usted y a su grupo, quienes también son de una calidad humana preciosa.

Espero devolver algo mínimo con este humilde mail, que, estoy segura, será el primero de muchos otros.

Muchísimas gracias.

Pamela Seliman